Los esfuerzos internacionales para reducir el consumo de plástico, especialmente el de un solo uso y el que incorporan los productos textiles, han fracasado. Tras dos años de negociaciones, la quinta y definitiva reunión del Comité Intergubernamental de Negociación del Tratado Mundial sobre Plásticos celebrada en Busan, Corea del Sur, ha acabado sin acuerdo.
Como declaraba el presidente coreano en la jornada inaugural «la excesiva dependencia de los humanos en la comodidad que ofrecen los plásticos ha dado lugar a un aumento exponencial de sus residuos. Ahora, los desechos acumulados en nuestros océanos y ríos ponen en peligro la vida en el planeta«. Por eso Yoon Suk-yeol alentó a todos los asistentes a que «se unan en solidaridad con las nuevas generaciones para alcanzar un tratado tan necesario». Unos buenos augurios que sin embargo han dado paso a una gran decepción, tal y como reconocía este martes la propia Comisión Europea.
«La UE lamenta profundamente que no se haya alcanzado un acuerdo sobre el tratado mundial de plásticos” declaraba la Comisaria de Medio Ambiente, Jessika Roswall, quien se esforzaba en no caer en la desesperanza al afirmar que “pese a esta decepción, desde la UE seguiremos trabajando para la búsqueda de la solución global que nuestros océanos, nuestro medio ambiente y los ciudadanos de todo el mundo necesitan».
Después de cuatro cumbres preparatorias y tras una semana de intensas negociaciones, los más de 3.300 delegados de los 170 países que forman el comité intergubernamental para lograr un Tratado Global de Plásticos, las instituciones científicas que les dan apoyo, y las oenegés y las empresas que acudieron a Busan como observadores, han visto como el mundo es incapaz de llegar a un pacto para poner fin a una de las mayores amenazas a la que nos enfrentamos: la contaminación por plásticos.
Fuera de control
De ese modo, tal y como reconocía la comisaria europea, “si las cosas siguen como hasta ahora, la producción de plástico se triplicará para 2060”, multiplicando su impacto en nuestra salud y la del medio ambiente, ante el desdén de las empresas productoras y la permisividad de los gobiernos.
En marzo de 2022, ante el alarmante aumento de la contaminación por plásticos y a propuesta del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los países de la ONU se comprometieron a elaborar un tratado jurídicamente vinculante para ponerle freno. El trato entonces fue iniciar una serie de reuniones para lograr ese objetivo a finales de 2024. La de Busan era la última oportunidad para lograrlo.
Conscientes de lo mucho que se jugaban en la ciudad coreana, las industrias del plástico y los combustibles fósiles enviaron más delegaciones y elevaron su ofensiva diplomática para evitar que se debatiese sobre las cuestiones que más podían afectar a sus intereses, a saber: la reducción de la producción total de plástico, la sustitución de los polímeros primarios derivados del petróleo o la prohibición de las sustancias químicas más tóxicas.
En su lugar desde el primer día lograron centrar las negociaciones en las medidas para prevenir la contaminación, como la mejora del ecodiseño de los envases, la responsabilidad ampliada del productor, el impulso a la economía circular y a los avances para lograr una gestión ambientalmente responsable de los residuos basada en el reciclaje. Nada de reducir la producción: nada de renunciar al negocio.
Ni hablar de reducir
De ese modo, los setenta países que integran la gran ‘Coalición de Alta Ambición para Acabar con la Contaminación por Plásticos’, entre los que figuran la UE, Reino Unido, Canadá, Ghana, México, Japón, Corea del Sur, Chile, Kenia, Georgia, Australia, Israel, Uruguay, Senegal, Colombia y todos los estados insulares del Pacífico, y la treintena del resto de estados que le dieron apoyo vieron como sus propuestas de reducción eran desatendidas.
Porque frente a ellos, frente al centenar de países por un mundo con menos plástico y las oenegés que les prestaban apoyo, se alzó el infranqueable muro levantado por las compañías del sector petroquímico. Unas sociedades capitaneadas por la potente American Chemistry Council y con un alto poder de influencia, tanto en los mercados como en los gobiernos de Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudí, Cuba, India o Irán, entre otros. Todos ellos se negaron a apoyar cualquier objetivo de reducción, reconduciendo las negociaciones hacia la gestión de los residuos y su reciclaje, tal y como exigía la industria petrolera.
Actualmente se producen cada año 460 millones de toneladas de plásticos. La mayoría procede de polímero virgen o primario: es decir, fabricado a partir de petróleo. Una cifra que podría superar los mil millones de toneladas hacia 2050. Ante esta situación un artículo científico publicado en la revista Nature el pasado mes de septiembre alertaba que la gestión de residuos no resolverá el problema de los plásticos, pues, como señalaban sus autores “los datos demuestran que para abordar la contaminación por plástico es necesario reducir su producción y consumo”.
Como señalan las 13.000 organizaciones sociales agrupadas en la iniciativa BreakFreeFromPlastic los objetivos obligatorios de reducción de la producción de plástico son esenciales para combatir la triple crisis ambiental que estamos sufriendo: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación por tóxicos. En su opinión, si no se reduce la producción de polímeros plásticos primarios y se frena el consumo indiscriminado de plásticos de un solo uso, estaremos agrandando un problema al que las generaciones futuras no podrán hacer frente. Las conversaciones para lograr el Tratado deberían retomarse el año próximo.
Fuente: elconfidencial.com / José Luis Gallego