El nuestro es el mejor y el peor de los tiempos para el medio ambiente. Tres décadas después de la Cumbre de la Tierra (Río, 1992) y de la primera COP del clima (Berlín, 1995) el mundo se encuentra en una encrucijada verde. La conciencia ambiental ha ido a más y la transición ecológica está en marcha con el impulso a las energías renovables, la transformación de las ciudades, la descarbonización de la economía y tendencias en alza como la agricultura regenerativa o el rewilding. Pero al mismo tiempo el cambio climático es ya una realidad cercana y palpable. El 2023 fue el año más caluroso jamás registrado y los científicos advierten que el aumento global de las temperaturas de 1,5 grados podría superarse en esta década si no descienden las emisiones. Las olas de calor, sequías, incendios e inundaciones se han intensificado en casi todos los puntos del planeta.
La actividad de 8.000 millones de humanos ha tenido también un impacto en la pérdida de biodiversidad: se estima que el 70% de la población de animales salvajes ha desaparecido en los últimos 50 años, según el informe Planeta Vivo de WWF. La contaminación del aire, la contaminación por plásticos y la degradación de los suelos son otros problemas ambientales que se han agudizado en los últimos años.
El multilateralismo que permitió el Acuerdo de París en 2015, ratificado por 196 países, ha dejado paso a un mundo en permanente conflicto, con las guerras de Ucrania y Oriente Próximo proyectando su sombra agorera sobre la inminente COP29 de Bakú, donde el petróleo volverá a jugar en casa. Tras una década llevando la delantera, la UE se plantea si es el momento de pisar el embrague. China, líder mundial en solar y eólica, sigue sin renunciar al carbón. Rusia es la bestia negra de los combustibles fósiles y Estados Unidos podría abanderar una nueva marcha atrás si sale elegido Donald Trump.
En el horizonte despunta Brasil, con la COP30 de 2025 en Belén, en la simbólica desembocadura del Amazonas. Será tal vez el momento de la verdad, si la explosiva situación mundial lo permite y la ciencia y el sentido común acaban despejando la neblina de la desinformación.
«El grado de consenso es total en cuanto a que la actividad humana es la causante del cambio climático rápido sin precedentes que estamos viendo«, certifica José Manuel Gutiérrez, director del Instituto de Física de Cantabria. «Las campañas de negacionismo y desinformación van mutando para generar dudas e introducir ruido. Lo grave es cuando son adoptadas desde distintos ámbitos, de espaldas a la ciencia, para lograr réditos políticos».
Gutiérrez fue uno de los expertos españoles seleccionados para el sexto informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), creado en 1988 para recopilar evidencias sobre el cambio climático y proporcionar una hoja de ruta a los líderes mundiales: «Los seis informes han sido clave para introducir conceptos sobre los niveles de calentamiento, como el límite de 1,5 grados del Acuerdo de París, que ha permitido centrar el debate y fijar metas claras». La misión del físico español fue coordinar un Atlas interactivo con evaluaciones a nivel regional: «Nuestros datos demuestran que el Mediterráneo es uno de los puntos calientes del cambio climático, con un aumento de temperaturas superior a la media global. Lo que hemos vivido los últimos veranos será la nueva normalidad. La severidad de los nuevos extremos dependerá del nivel en que seamos capaces de detener el calentamiento».
¿Es tarde ya para evitar un aumento superior a 1,5 grados? «Aún estamos a tiempo, pero las medidas necesarias son de tal calado (reducción de emisiones del 50% en 2030) que no parece realista que se pueda evitar. Hemos sido capaces de reducir el ritmo del aumento de emisiones, pero aún no hemos logrado que decrezcan».
Las olas de calor en algunas partes del mundo son hasta 50 veces más probables por efecto del cambio climático, según un estudio del World Weather Attribution (WWA), el grupo cofundado por la climatóloga del Imperial College Friederike Otto: «Hemos realizado más de 80 estudios de atribución en la última década y hemos comprobado que todos los continentes han sufrido episodios de clima extremo cada vez más frecuentes e intensos«.
«La vida se ha convertido en algo más peligroso y volátil para millones de personas que sufren directamente el impacto de la olas de calor, las sequías, los fuegos, las tormentas y las inundaciones», agrega la cofundadora del WWA, con la mirada puesta especialmente en nuestro país: «España se enfrenta a un futuro muy incierto. Algunas zonas van a resultar invivibles en ciertos momentos del año, el sector agrícola y la producción de alimentos se van a resentir gravemente».
El reto de las ciudades
La adaptación llama sobre todo a las puertas de las ciudades, donde se concentra más de la mitad de la población mundial y de donde proceden el 70% de las emisiones de CO2. El alcalde Londres, Sadiq Khan, capitanea la acción global como presidente del grupo C40, la red de ciudades que representa a más 700 millones de habitantes y una cuarta parte de la economía mundial.
Khan, que contrajo el asma respirando el aire enrarecido de Londres, ha decidido combatir simultáneamente los dos enemigos invisibles: «La emergencia climática y la contaminación tienen el mismo origen y requieren las mismas soluciones. La lucha por un aire limpio es tan apremiante como lo fue la lucha contra con el tabaco».
Khan creó en 2023 la zona de ultrabajas emisiones más grande de Europa, abarcando todo el área metropolitana de Londres. Pese a contar con el respaldo de la mayoría de la población, se enfrentó a una dura campaña en contra que se plasmó en actos de sabotaje contra más de 300 cámaras. Un año después de su implantación, el alcalde asegura que la medida ha propiciado la bajada de un 22% de partículas en suspensión y un 13% de las emisiones de dióxido de nitrógeno. Khan presume de tener también la mayor flota de autobuses limpios y de estar avanzando rápido hacia el objetivo de emisiones cero en 2030. Londres, con sus más de mil parques y el 60% del espacio urbano verde, fue distinguida en 2019 como la primera Ciudad Parque Nacional del mundo.
Convencida de que «los alcaldes logramos mucho más cuando trabajamos juntos», la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, quiere emular a Londres con un plan para eliminar hasta el 40% del asfalto de la ciudad, plantar 300 hectáreas de espacios verdes y crear corredores de calles-jardín. Hidalgo aprovechó el impulso de los Juegos Olímpicos para la creación de 1.500 kilómetros de carriles-bici, peatonalizar 200 calles escolares o acometer la limpieza inaplazable del río Sena.
La mayoría de las ciudades europeas, con Copenhague y Ámsterdam marcando el camino desde hace décadas, han acometido la regeneración urbana, con ejemplos muy cercanos como los de Barcelona con sus supermanzanas, Vitoria con su anillo verde o Pontevedra, referencia mundial de ciudad recuperada para los peatones.
El activismo ambiental se encuentra como quien dice en un paso de cebra. Atrás quedan las proclamas de Greta Thunberg y las movilizaciones de Fridays for Future. La nueva ola del activismo disruptivo la han encabezado grupos como Extinction Rebellion en el Reino Unido o Letzte Generation en Alemania.
La punta de lanza está, sin embargo, en Francia, donde las huestes de Les Soulèvements de la Terre (Las sublevaciones de la Tierra) se ganaron el calificativo oficial de ecoterroristas después de la batalla policial de Sainte-Soline, que se saldó con 200 heridos en marzo de 2023. «Nos negamos a que nos etiqueten como delincuentes», se lamenta Lèna Lazare, de 26 años y nacida en Calais, la Juana de Arco del movimiento que en tres años se ha ramificado por la geografía francesa. «Somos un grupo muy variado e inclusivo de gente donde hay ecologistas, pequeños campesinos, sindicalistas, feministas, estudiantes e intelectuales».
Los activistas de Les Soulèvements «han pasado de la defensa de la Tierra en abstracto, a la defensa de la tierra con minúscula», en palabras del filósofo Adrián Almazán. Ocupaciones, bloqueos y acciones de desarme (sabotajes contra infraestructuras de gran impacto) son algunas de sus estrategias en «defensa del territorio». Estos y otros métodos de los nuevos activistas, como el lanzamiento de sopa contra Los Girasoles de Van Gogh, han tenido un gran impacto mediático, pero han provocado bastante controversia y han dividido a la población.
Los partido verdes han experimentado por su parte un greenlash y han pasado de ser la cuarta a la sexta fuerza política en el Parlamento Europeo, tras perder casi un tercio de sus eurodiputados este año. La resistencia a las políticas ambientales por el coste económico para los ciudadanos ha pasado factura. El voto vuelve a los niveles que estaban antes del salto cualitativo registrado en 2019 y que dio un impulso al Pacto Verde Europeo, cuyos objetivos están siendo ya revisados tras la resistencias ciudadanas de los últimos años: de las tractoradas contra la restricciones medioambientales en España a las manifestaciones de los chalecos amarillos contra el impuesto del carbono en Francia.
«Estamos en un movimiento pendular y habrá que repriorizar las políticas de descarbonización», advierte Luis Quiroga, cofundador del think tank Oikos, que propone una «aceptación realista de los retos técnicos, políticos, sociales y económicos» de la defensa del medio ambiente y de la acción ante el cambio climático.
«La UE va a tener que replantearse su política industrial y llegar posiblemente a una conclusión: no podemos desindustrializar Europa para cumplir los objetivos cinco años antes», advierte Quiroga. «Y también va a tener que calibrar no solo el coste económico, sino el coste social de sus medidas».
El cofundador de Oikos se remite al reciente informe Descarbonización del Transporte: diagnóstico y propuestas y destaca cómo el enfoque del coche eléctrico ha tenido un «efecto regresivo que solo beneficia a los que tiene un chalé y dos o tres coches», cuando la prioridad deberían tenerla «los usuarios intensivos». El informe se refiere a España y no entra en la encrucijada que tiene la UE ante la prohibición de la venta nuevos coches de gasolina y diésel en 2035, una medida que aspira a revertir el Partido Popular Europeo.
«La conciencia ambiental de los españoles es relativamente alta», certifica Javier Peña, el mayor influencer ambiental español, que el próximo año abrirá brecha en RTVE con la serie Hope! Estamos a tiempo. Advierte que «hemos llegado a un punto de ecofatiga, que se produce cuando la gente cree que no hay nada que hacer».
«La cuestión climática es sin duda uno de los principales problemas ambientales, pero la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas no son menos importantes, y están íntimamente relacionados», advierte por su parte Heike Freire, autora de Educar en verde y fundadora del recién creado Foro de Culturas Biocéntricas.
«No puede ser que se destinen cifras astronómicas a instalar macro-renovables, pero que no se haga casi nada para frenar la desertización, un problema que requiere políticas ambientales más amplias, como una sana gestión del agua», advierte Freire. «Tampoco se entiende que, con la excusa de la descarbonización, el Gobierno más ecologista de la historia permita que se coloquen placas y aerogeneradores por todo el territorio, incluidos espacios protegidos por la Red Natura 2000».
Fuente: El Mundo. Carlos Fresneda.
https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2024/10/22/671798b9e85ece33688b459d.html