Llegan buenas noticias del bosque. Según los datos aportados por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) el número de hectáreas quemadas en los incendios forestales registrados en lo llevamos de año (hasta el 25 de agosto) es un 46,4% inferior a las que ardieron el año pasado durante el mismo período, y un 46,5% menos que la media de la década. En números totales el fuego ha quemado 42.314 hectáreas (ha) hasta finales de agosto, mientras que en el mismo periodo de 2023 ardieron 78.852 ha y la media de los últimos diez es de 79.077 ha.
Respecto al número de siniestros registrados hasta la fecha (incendios declarados y conatos de incendio) hemos pasado de los 7.359 que venían produciendose de media durante el último decenio, a los 4.742 anotados este año, lo que equivale a una reducción del 35,6%.
Los datos del MITECO señalan que el 43,98% de la superficie forestal afectada por las llamas corresponde a las comunidades interiores del país, el 38,38% a las situadas en el noroeste de la península y el 17,58% a las ubicadas en el área del Mediterráneo. Respecto al tipo de siniestro, 3.335 de los 4.742 registrados desde el uno de enero al 25 de agosto fueron conatos, afectando a menos de una hectárea. Tan solo se produjeron 16 grandes incendios, nivel que adquieren al llegar a superar las 500 ha quemadas, lo que significa que los incendios de 2024 son (hasta la fecha) los menos extensos de los últimos 13 años.
Buena racha, con alguna excepción
Unas cifras que quedan muy lejos de la pesadilla que vivimos en España hace dos años, cuando por estas mismas fechas ya habíamos perdido casi un cuarto de millón de hectáreas (248.794 ha), o de lo sucedido en 2017 cuando en el mismo período ardieron más del doble de hectáreas que este año, 96.984, y las noticias sobre incendios abrían una y otra vez las portadas de los medios informativos.
En todo caso, y más allá del análisis detallado de las cifras, está claro que los zarpazos que dejan las llamas en nuestro mapa forestal siguen siendo demasiado importantes. Pero la valoración de la evolución de los incendios en la última década (exceptuando 2017 y 2022) no es del todo negativa. Así, y según los datos acumulados hasta la fecha, 2024 se situaría como el cuarto año con una menor superficie forestal afectada por el fuego, por detrás del año 2018, en el que ardieron 19.835 ha, del 2020 (33.277 ha) y del 2016 (40.654 ha). En 2014 ardió prácticamente lo mismo que este año (42.886 ha).
Unas cifras que quedan muy lejos de la pesadilla que vivimos en España hace dos años, cuando por estas mismas fechas ya habíamos perdido casi un cuarto de millón de hectáreas (248.794 ha), o de lo sucedido en 2017 cuando en el mismo período ardieron más del doble de hectáreas que este año, 96.984, y las noticias sobre incendios abrían una y otra vez las portadas de los medios informativos.
Los expertos consultados por este diario coinciden en señalar que queda mucho trabajo por hacer y que no debemos bajar la guardia. Pero también señalan que, más allá de las siempre determinantes condiciones meteorológicas, debería ponerse en valor los avances que vienen produciéndose en materia de gestión forestal, en las labores de los equipos de prevención y extinción y también respecto a la colaboración ciudadana.
Para el ingeniero forestal Celso Coco, uno de los mayores expertos en análisis y extinción de incendios forestales de nuestro país, aún es pronto para hacer una valoración concluyente de la llamada ‘campaña de incendios’ (horrible concepto), pues como nos indica “dicha campaña está deslocalizada temporalmente, y aunque hay muchas comunidades donde suelen concentrarse en verano, hay otras donde los incendios de otoño-invierno son muy frecuentes y a menudo bastante extensos, como ocurre en buena parte de la Zona Cantábrica”.
Bendito mal tiempo
En todo caso en su opinión “la reducción de este año, tanto del número de incendios como de la superficie afectada, se ha debido fundamentalmente a las condiciones meteorológicas previas al inicio de la campaña, sobre todo durante el mes de junio donde las temperaturas fueron más bajas y las precipitaciones más altas de lo normal”. Una anotación que viene a confirmar la necesidad de redefinir el concepto de ‘mal tiempo’ ante la nueva realidad a la que nos empuja el calentamiento global.
A esta importante eventualidad, que se desmarca de los datos registrados en los últimos años y rompe con lo que venía sucediendo a raíz del cambio climático, debería añadirse “una mayor concienciación de la población a raíz de lo que vivimos en 2022: uno de los peores años de incendios de todos los registrados en la serie histórica (desde 1965)”.
Respecto a la reducción de los grandes incendios forestales, y más allá de las condiciones meteorológicas favorables que permitieron la recuperación del estrés hídrico de la vegetación y el aumento de la humedad relativa de los bosques, este experto señala que “al darse una menor simultaneidad de incendios los operativos de extinción han podido actuar de manera más eficiente: con operativos más amplios, más tiempo de reacción y más medios, lo que contribuye a prevenir y contener el avance de las llamas más rápidamente”.
Fuente: El Confidencial. José Luis Gallego.