Un congelador conserva un tesoro científico a 80 grados bajo cero. Se trata de muestras de hielo de Groenlandia y los Pirineos obtenidas perforando el suelo a miles de metros de profundidad. Se llaman testigos y, como si fueran un libro, permiten a los investigadores leer la historia climática de la Tierra desde hace cientos de miles de años o datar erupciones volcánicas antiguas gracias a la ceniza que se ha preservado en hielo. La sala en la que está el arcón congelador está a 20 apacibles grados, pero una percha con chaquetas frigoristas y botas altas anticipa lo que viene a continuación. En la cámara contigua, a -25 ºC, los investigadores permanecen un minuto antes de entrar a la sala principal, que con una temperatura de 30 grados bajo cero, es una especie de sofisticado congelador gigante equipado con instrumentos y microscopios con los que cortan y se analizan los cilindros de hielo para estudiarlos.
Sólo hay una instalación así en España, y un puñado de ellas en el mundo. Estamos en el Laboratorio del Hielo del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), un instituto de investigación internacional fundado en 2006 por el gobierno vasco y la Universidad del País Vasco, y cuya seda está ahora en el Parque Científico de Lejona, cerca de Bilbao. Al frente del BC3 está desde 2016 la científica María José Sanz (Valencia, 1963), probablemente la española más influyente en la ciencia climática en la actualidad.
Del Protocolo de Kioto al Acuerdo de Dubái alcanzado en la última Cumbre del Clima de la ONU, está bióloga formada en las universidades de Valencia y del Estado de Arizona (EEUU) ha formado parte de las negociaciones de los tratados internacionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, principales causantes de la crisis climática.
Al igual que otros científicos españoles, ha participado en la elaboración de los llamados informes de evaluación del IPCC, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU, que son la base para las negociaciones de los países. Y el pasado julio, fue elegida a propuesta del Gobierno español miembro de la Mesa o Bureau del IPCC. Hasta ahora, sólo otro investigador de nuestro país, -José Manuel Moreno, catedrático de Ecología de la Universidad de Castilla-La Mancha- había formado parte de este órgano que orienta y asesora al IPCC. Sus miembros son elegidos por el Plenario al comienzo de cada ciclo de evaluación y su mandato se extiende hasta que acaba, unos seis años. Si Moreno fue hasta 2015 vicepresidente de uno de los grupos de trabajo, María José Sanz forma parte ahora del Grupo Especial para los Inventarios Nacionales de Gases de Efecto Invernadero.
«En la práctica, damos pautas metodológicas para que las estimaciones de los gases de efecto invernadero de los 195 países [que forman parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, CMNUCC] sean las mejores posibles, y que generen datos que sean consistentes en el tiempo y comparables», explica en su despacho del BC3.
Todo comenzó en 1992, cuando se adoptó la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que tiene el objetivo de no rebasar unos niveles de temperatura que sean dañinos para la humanidad y los ecosistemas». Hacia 1995 se vio que no había un esfuerzo enorme por cumplirlo y se puso sobre la mesa un instrumento vinculante y punitivo, que es el Protocolo de Kioto, por el cual los países desarrollados adquirieron un compromiso de reducción de emisiones en periodos de cinco años, el primero empezó en 2005. De promedio, se tenían que reducir un 8% respecto a las que había en 1990. Los países en vías de desarrollo no tuvieron esos compromisos porque los que habían contribuido más al problema, teóricamente, eran las naciones desarrollados pero, también ratificaron el Protocolo de Kioto y adquirieron otras obligaciones», repasa la científica.
El punto de inflexión que llegó con el Acuerdo de París alcanzado en 2015 fue que todos los países, no sólo los desarrollados, tienen compromisos de reducción: «Y lo que hace que esos compromisos puedan ser más ambiciosos es el hecho de que estén en el marco de transparencia, es decir, tienen que ser públicos y cada vez más ambiciosos, pero cada país determina cuál es su ambición. Por ejemplo, la ambición europea ahora es reducir las emisiones un 55% para 2030. El objetivo es que para 2050 las emisiones netas sean cero», precisa. La adaptación, añade, ha cobrado un papel más importante que en el Protocolo de Kioto y bajo el Acuerdo de París se han ido negociando una serie de hitos como la creación de un fondo de daños y pérdidas».
«España va a sufrir los impactos del clima de una manera potencialmente aguda y no queda otra que adaptarnos»
María José Sanz combina sus responsabilidades en el IPCC con la dirección del BC3, el Centro Vasco de Cambio Climático, que cuenta actualmente con más de 120 investigadores, de los cuales más de la mitad son mujeres y un tercio procede de otros países. La científica accede a posar dentro del Laboratorio de Hielo, aunque subraya que, pese a contar esta instalación y otros laboratorios en los que se estudian aspectos como la polinización de las abejas, el BC3 no es un centro experimental. «La investigación que hacemos aquí es interdisciplinar. El problema de los centros experimentales es que requieren presupuestos muy altos, y para nosotros el capital del centro son las personas. Lo que queremos es tener científicos de calidad humana y científica, y que sean capaces de ver los problemas desde diferentes perspectivas. Un centro no puede tener 25 disciplinas, así que lo suplimos trabajando con otros centros, de momento más a nivel internacional que estatal, e intentando tejer redes». Su objetivo, «es generar este conocimiento en base a problemas reales e involucrar a los actores que luego tienen que usar ese conocimiento».
En su caso, ella trabaja en temas de gobernanza y análisis de políticas y colabora con varias de las líneas de investigación del BC3, entre cuyos objetivos figuran la descarbonización, cómo hacer la sociedad y los ecosistemas más resistentes a los impactos o evitar la fragmentación del conocimiento.
Por eso, aquí hay biólogos, ecólogos, filósofos, economistas, ingenieros, físicos, matemáticos, sociólogos y expertos en inteligencia artificial: «No es fácil porque las diferentes disciplinas tienen lenguajes diferentes y lo que más cuesta es que esos lenguajes se acerquen y que cuando un ingeniero y un filósofo hablan se entiendan, lo cual no es sencillo. Por ejemplo, cuando tratamos las sociedades bajas en carbono, no entramos tanto en la solución técnica sino en cómo generar las condiciones que impulsen esas tecnologías, y trabajamos mucho en análisis de políticas. Para ecosistemas terrestres tenemos ecólogos y economistas ambientales y gente que trabaja en agricultura y ganadería porque en Europa los ecosistemas naturales no existen, todos han sido gestionado por el hombre en algún momento, así que vemos cómo mejorar su capacidad para adaptarse al cambio climático y proveer servicios a la sociedad».
También hacen análisis sobre el impacto de las medidas adoptadas contra el cambio climático: «Una transición energética puede tener un impacto mayor en hogares más desfavorecidos, algo que va en contra de la justicia climática. intentamos prever esto», señala.
Sanz comenzó estudiando el fitoplancton marino. Le gusta mucho el mar, pero una sinusitis crónica le impidió bucear y emprender ciertas investigaciones. Fue durante su paso por el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo de Valencia, donde formó un grupo para estudiar la contaminación, cuando empezó a interesarse por las negociaciones multilaterales.
En la Cumbre del Clima de Dubái (COP28) que acabó el pasado diciembre, fue negociadora de la delegación española, que presidía la Unión Europea en ese semestre. «Lo que es obvio es que incluso aquellos que eran más recalcitrantes a la hora de reconocer la necesidad de eliminar las emisiones derivadas de los combustibles fósiles se han convencido de que es algo que va a ocurrir, y ahora lo que hay que ver es cómo impulsar que se haga a la mayor velocidad posible. Se ha reconocido que hay que acelerar la transición hacia energías renovables y la importancia de la eficiencia energética, pues no se trata sólo de reducir emisiones. Y también dar más importancia a la adaptación, porque está claro que algunos de los impactos del cambio climático ya están aquí y habrá que adaptarse. Y en algunos casos habrá que ver si las opciones de mitigación que estamos eligiendo no pueden ser comprometidas por los propios impactos, y con esto me refiero a las soluciones basadas en la propia naturaleza, que son muy socorridas, como el secuestro de carbono por parte de ecosistemas terrestres».
Aunque se ha criticado que Emiratos Árabes fuera el anfitrión de la COP28, desde su punto de vista «no es ni bueno ni malo que se celebre en un petroestado, lo importante es que se establezca el diálogo y llegar a buen puerto, a consensos». La científica considera que esto puede verse desde distintas perspectivas: «Que en un país que vive del petróleo se logre este avance y se reconozca que hay que eliminar los combustibles fósiles de la economía para mí es bastante significativo. Hubiera sido más fácil decir esto en un país que tiene un 40% de energías renovables», Además, considera que «si queremos resolver esto habrá que implicar a los petroleros de alguna manera porque son ellos también quienes tienen que tomar decisiones sobre a qué negocios quieren transitar si tienen que abandonar el que tienen ahora».
«Lo importante es llegar a un consenso… Si queremos resolver esto, habrá que implicar a los países petroleros»
La científica del IPCC lamenta que haya habido un repunte de emisiones tras la pandemia, «pues la bajada no estuvo relacionada con la transición energética, sino con el parón de la economía, como hemos visto en otras ocasiones. Es triste porque quizás podríamos haber aprendido un poco sobre algunos cambios de comportamiento que podían ayudar, pero esos comportamientos han vuelto a emerger, ha habido un efecto rebote, sobre todo en el transporte, que es uno de los sectores más relevantes».
Las emisiones globales siguen sin llegar a su pico, y según apunta, «se prevé que podrían seguir subiendo, porque hay países en vías de desarrollos con economías carbonizadas en las que aún están al alza, y además, cuando se hicieron las previsiones, no se sabía que iba a haber una guerra en Ucrania o en Gaza».
En lo que respecta al impacto de estas guerras en la transición verde, admite que ve «con preocupación los conflictos que están dominando ahora la geopolítica mundial» y considera que «por supuesto que van a influir en cómo los países van a transicionar, pues cada país determinará si a corto plazo lo que más le interesa es la seguridad energética». No obstante, subraya que «las transiciones van a ser ineludibles y van a tener que ser más rápidas. Además, un conflicto bélico puede retrasar la transición energética o impulsarla. Porque si mi seguridad energética depende de un tercer país que ha entrado en conflicto y no tengo la seguridad de acceder a los combustibles fósiles que antes tenía, a lo mejor tomo la decisión de acelerar mi descarbonización para no tener esa dependencia estratégica», señala
Desde su punto de vista, lo más importante es conseguir que el consumo de recursos sea más eficiente y la economía más racional: «Nos tiene que dar un estado de bienestar en el que nos sintamos cómodos pero no basado necesariamente en los parámetros actuales, pues cada vez hay más brecha entre los más ricos y más pobres, y las clases medias están un poco desdibujadas. El cambio climático puede ser una oportunidad para resolver esto o cómo tenemos estructuradas las ciudades, que tienen otros problemas como la calidad del aire. En el fondo es un problema de sostenibilidad».
Su balance global es que «las cosas están yendo en la dirección adecuada pero la velocidad no es suficiente, hay que hacer un esfuerzo mayor para avanzar más rápidamente y pienso que la adaptación va a ser fundamental. Porque aunque aceleramos la reducción de emisiones, las ya emitidas van a tener impacto así que la adaptación va a ser inevitable».
En lo que respecta a España, afirma que «va a sufrir los impactos del cambio climático de una manera potencialmente aguda y no queda otra que adaptarnos». Con una sequía que arrastramos desde hace varios años y que se ha agudizado en Cataluña, que acaba de aprobar un plan de emergencia, afirma que esas medidas de adaptación van a ser muy importantes en lo que respecta al agua y las olas de calor: «Pienso que tenemos una oportunidad para reposicionarnos en lo que respecta a la descarbonización de la economía. A río, revuelto ganancia de pescadores», afirma. «Nuestro país tiene un plan de transición energética y de clima en el que hemos colaborado, para reducir emisiones. Por otro lado, hay un plan nacional de adaptación. Lo que es muy importante es que ambos planes vayan de la mano».
Sanz participó a finales de noviembre en un seminario sobre el lenguaje y la comunicación de cambio climático organizado por FundéuRAE y la Fundación San Millán de la Cogolla. Desde su punto de vista, en general ni los científicos ni los medios de comunicación estamos comunicando bien el cambio climático. «Una experiencia en la que colaboramos desde el BC3 fueron las asambleas ciudadanas previstas en la Ley de Cambio Climático. En la primera se vio que asimilar el problema requiere tiempo y mucho diálogo. Los científicos no tienen mucha capacidad para comunicar. A veces minusvaloramos la capacidad de los ciudadanos para comprender la complejidad de problemas como el cambio climático. Pero necesitan que haya feedback, leer una noticia no basta. Nosotros trabajamos con los medios de comunicación para que estos mensajes sean transversales, que no salgan sólo en las noticias cuando haya una catástrofe o se presente un informe, sino que se hable de ello incluso en los concursos».
La científica considera que las asambleas ciudadanas «son muy útiles, pues permiten ver de forma más holística el problema del cambio climático y que la solución no está en un sitio o o en otro, sino que implica desde su propio comportamiento a niveles geopolíticos. Las recomendaciones de los ciudadanos que suelen salir de estas asambleas podrían hacerlas un científico o un político», asegura.
Fuente: El Mundo
https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2024/01/19/65a917a1e4d4d8e14d8b45e4.html