El debate sobre si la crisis climática existe o se trata de un asunto meramente teórico va quedando inquietantemente resuelto por un goteo de datos entre los que acaba de conocerse uno del ámbito de la salud pública que resulta especialmente perturbador: la exposición a situaciones de frío y de calor anómalos causó el año pasado en España más muertes de las que suelen provocar la mayoría de los tipos de cáncer.
Esa cifra de muertes atribuibles a las temperaturas, registrada por el Instituto de Salud Carlos III, va creciendo en paralelo a la colección de años más calurosos desde que existen datos que el país va coleccionando, como ocurrió en 2021 y en 2022 y lleva camino de repetirse en 2023, algo que sugiere la existencia de algún tipo de vínculo entre esas dos tendencias.
El primer Informe Momo del año, fechado el 3 de enero, cifra en 7.784 el número de fallecidos en España en 2023 por causas «atribuibles a la temperatura», una cifra que se ha duplicado con creces en dos años y se ha triplicado de sobra en tres, al pasar de los 2.152 de 2020 a los 3.550 de 2021 antes del acelerón del año pasado hasta los 5.786.
Los fallecimientos atribuibles a las temperaturas no suelen ser de carácter agudo o traumático, sino que lo más habitual es que se produzcan por el agravamiento de patologías ya existentes, a menudo crónicas y con frecuencia de carácter respiratorio.
Esos cerca de 7.800 fallecimientos por exposición a situaciones de frío o de calor anómalos superan con claridad a las que, según indica la Estadística de Defunciones por Causa de Muerte del INE (Instituto Nacional de Estadística), han venido provocando en los últimos años algunos tipos de cáncer especialmente mortíferos como el de mama (5.880 de media de 2018 a 2022), el de páncreas (7.499) o el de hígado (5.125).
De hecho, la cifra de fallecidos como consecuencia de anomalías térmicas únicamente se ve superada por la que causan los tumores de colon (11.221) y por la suma de los de tráquea, bronquios y pulmón (22.249), mientras duplica con creces la morbilidad de patologías como la leucemia (3.350) y septuplica la del melanoma (1.033).
La alteración de los patrones climáticos
Las olas de calor comienzan a ser habituales en los meses en los que la astronomía sitúa la primavera
El primer informe del año reseña 58 muertos por causas «atribuibles a las temperaturas» en los primeros días de enero, aparentemente vinculadas al frío aunque no se trata de una semana en la que este esté siendo especialmente intenso en la mayor parte del país.
Algo más de la cuarta parte, 17, se concentran en Andalucía, donde el invierno está siendo especialmente cálido, y el grueso del resto se reparten entre Cantabria (siete), en la cornisa, Aragón (seis) y La Rioja (siete) en el valle del Ebro y Castilla-La Mancha (seis) y Castilla y León (seis) en la meseta, donde tampoco el termómetro acaba de alcanzar los valores negativos que marcaban hace unas décadas para estas fechas.
El balance mensual de 2023 sitúa un total de 3.820 fallecimientos por ese motivo en los meses de invierno, de enero a marzo, y 2.862 en los de verano, de julio a septiembre, mientras el 14% restante, una de cada siete, se reparten entre la primavera (263) y el otoño (418), aunque las oscilaciones del termómetro ya no se corresponden con las estaciones astronómicas.
«La Aemet tiene claro que el verano se ha alargado en cinco semanas en relación con los años 80, normalmente hacia la primavera, y que las noches tropicales se han multiplicado por cuatro o por cinco en función de la zona de la que se trate», explica Javier Andaluz, responsable de Cambio Climático de Ecologistas en Acción.
De hecho, las olas de calor comienzan a ser habituales en los meses en los que la astronomía sitúa la primavera. Las sequías y las temperaturas inusualmente elevadas ya no resultan tan extraordinarias en invierno, y los procesos de subtropicalización alteran el patrón de lluvias para concentrarlas en el otoño y extienden hacia las cumbres del Pirineo y el sistema Ibérico las noches tropicales en verano.
Las muertes se concentran en verano en Madrid
En la Comunidad de Madrid todos los casos de mortalidad causada por temperaturas se concentran en los tres meses de verano
En ese escenario, los procesos de aclimatación al cambio de los patrones climáticos se aceleran, con normas laborales como la prohibición de trabajar al aire libre con alerta naranja de calor. Aunque esa adaptación llega más a menudo de manera forzosa, como está ocurriendo con las restricciones de agua por la sequía en Catalunya y en Andalucía, que meses antes se dieron en áreas de la llamada España húmeda como Aragón, Navarra, Euskadi y Galicia.
Sin embargo, hay puntos débiles de difícil solución, algunos de estilo de vida. «Hemos perdido el manejo cultural del calor, que incluye aspectos como bajar y subir las ventanas para enfriar y ventilar y como encalar los edificios para que absorban menor cantidad», señala Andaluz.
El responsable de Ecologistas en Acción llama también la atención sobre otro aspecto: «En España hemos abandonado la ciudad mediterránea -explica- y hemos ido hacia un modelo de avenidas amplias y grandes distancias entre las casas que viene de Norteamérica y de zonas de Europa donde tienen otras realidades climáticas. Es necesario rediseñar el concepto de ciudad y generar áreas de sombra» para evitar las islas de calor.
«No es normal que en ciudades como Madrid, a las ocho de la tarde en verano, cuando tendría que refrescar, haya un pico de calor porque el suelo comienza a soltar el calor que ha ido absorbiendo durante el día», añade. Madrid es la única de las comunidades con una elevada mortalidad causada por temperaturas en la que la totalidad de los casos (409) se concentran en los tres meses del verano astronómico.
En el resto hay, básicamente, dos patrones. Uno de concentración de entre la mitad y dos tercios de los fallecimientos en invierno, que se da en Andalucía (905 de 1.314), Galicia (1.406 de 1.956) y Castilla y León (409 de 751). Y otro de reparto prácticamente por igual entre el periodo de enero a marzo y el de julio a septiembre, caso de Catalunya (572) y Castilla-La Mancha (452).
«Los colegios son sumideros térmicos»
Andaluz: «Los colegios son sumideros térmicos en los que te achicharras cuando da el sol y te hielas cuando llega el frío»
Esos cambios en los patrones están alterando también varias actividades económicas, con un achique de la temporada de esquí y de la superficie en la que puede practicarse que obliga a reorientar el negocio. Y con unos daños crecientes en intensidad y superficie por fenómenos meteorológicos extremos en la agricultura, un sector tan expuesto a la escasez de agua como reacio a modular su demanda.
«No se trata solo de la sequía sino de plantear qué consumo de agua realizamos. Es necesario replantear el regadío y reducir las hectáreas para poder disponer de agua», expone Andaluz, quien destaca cómo esa escasez ya genera riesgos de perder las cosechas a mitad de crecimiento.
Otro sector, en este caso de los servicios públicos, que requiere un replanteamiento es el de la enseñanza: «Los edificios de los colegios son sumideros térmicos en los que te achicharras cuando da el sol y te hielas cuando llega el frío», describe el responsable de Cambio Climático de Ecologistas en Acción.
«El problema es que se construyeron con unos planos y unos materiales tipo que en realidad son desastres térmicos, y ahora nos encontramos con que los chavales no pueden estudiar», anota Andaluz, que reclama a las administraciones «que planifiquen y que apuesten más por medidas pasivas sobre los edificios que, por otras como poner aire acondicionado, no solucionan el problema de base».
Fuente: EDUARDO BAYONA@E_BAYONA, Público