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Movilidad sostenible, alimentación local o dieta con menos carne: nuevos estilos de vida para atajar la crisis climática

La pasada primavera el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) dedicaba por primera vez un capítulo entero de su último informe a los cambios en el estilo de vida y en el consumo energético. Bajo el título «aspectos de la mitigación relacionados con la demanda», los autores repasaban unas sesenta acciones individuales entre las que destacaban como más eficaces: privilegiar los desplazamientos a pie o en bicicleta en lugar de en coche, reducir los viajes en avión, ajustar la temperatura del aire acondicionado, limitar el uso de aparatos eléctricos o reducir el consumo de carne en la dieta.

Los estados y las grandes empresas son responsables de la mayor parte de las emisiones del planeta y sin acuerdos globales -como el que se ha conseguido en la COP28 que acaba de terminar- no será posible alcanzar los objetivos marcados por el Acuerdo de París de 2015. Pero los expertos también apuntan a la necesidad de sumar a los consumidores al proceso de descarbonización. «El retraso acumulado en la reducción de gases de efecto invernadero (GEI) para limitar los efectos más peligrosos del cambio climático es inmenso, se necesita un descenso del orden de 7% al año para limitar el calentamiento por debajo 1,5°C», explica Lola Vallejo, directora del Programa sobre el Clima del Instituto de Desarrollo Sostenible de París (IDDRI). «Así que ya no se puede ignorar ninguna opción: es necesario utilizar elementos tecnológicos y sociales para cambiar las formas de transporte, alimentación y vivienda, especialmente en los países desarrollados».

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, de los alrededor de 275 millones de toneladas de GEI que emite España a lo largo de un año, un 21% procede de los hogares. Por eso los expertos señalan dos decisiones cotidianas y universales pueden marcar una diferencia fundamental en la huella ecológica del planeta: cómo nos desplazamos y cómo nos alimentamos. «Lo importante es no oponer las responsabilidades de los ciudadanos y las de los gobiernos», afirma Vallejo. «Los gobiernos deben definir objetivos y dar impulso a grandes cambios sobre cómo vivimos, comemos y viajamos, cambios que deben ser adoptados por los ciudadanos y apoyados por empresas, finanzas y medios de comunicación; porque los cambios individuales son, de hecho, también cambios colectivos».

El paisaje urbano ya comienza a reflejar esos cambios: peatones, bicicletas y patinetes le van ganando espacio al coche, que en las grandes ciudades es, además, uno de los principales responsables de las partículas en suspensión (PM). Una transformación que parece contar con el respaldo de la ciudadanía: tres de cada cuatro españoles aseguran que ya realizan trayectos a pie o en bicicleta al trabajo para luchar contra el cambio climático, según una encuesta realizada para el Banco Europeo de Inversiones.

La pandemia del Covid-19 supuso un shock para algunas de las tendencias hacia la descarbonización. Los confinamientos redujeron drásticamente los desplazamientos por carretera y los viajes de larga distancia. De manera más general, demostró que los hábitos sociales son más flexibles de lo que se pensaba. «Es verdad que ya antes de los confinamientos, había señales que mostraban una cierta tendencia a la desmotorización, especialmente en las zonas urbanas y sobre todo en la población más joven», señala Adrián Fernández, responsable de la campaña de Movilidad en Greenpeace; «los jóvenes tienen menos prisa por sacar el carné de conducir y menos urgencia en tener coche, ya no es una prioridad en su agenda de vida. Eso sí, aún se trata de un cambio lento«.

Cambios en la dieta

Además de los cambios en la movilidad, limitar el calentamiento global también implica modificar otras formas de consumo. Nunca antes se había producido y consumido tanta carne como hoy. En 2017, se vendieron 330 millones de toneladas en todo el mundo (70% de bovino). Una producción masiva que deja una enorme huella en el planeta: se estima que la ganadería es responsable del 14,5% de las emisiones globales. Naciones Unidas ha señalado dos ejes de acción para invertir esta tendencia: por un lado, reducir el consumo mundial de productos animales generados en la ganadería intensiva; por otro frenar el desperdicio alimentario que representa entre el 25% y el 30% de la producción actual.

En España, aunque el consumo de carne se ha reducido progresivamente en la última década, cada individuo consume unos 46 kilos por año, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Conceptos como veganismo o flexitarismo suenan a novedad, pero en países como el nuestro esa llamada de la ONU a reducir el consumo de carne supone en cierto sentido recuperar la tradición: en los años 60, la proporción de proteína animal en la alimentación de los españoles era, de media, del 35%. En la actualidad supera el 60%.

Un joven se desplaza por la calle Bravo Murillo de Madrid en un patín eléctrico
Un joven se desplaza por la calle Bravo Murillo de Madrid en un patín eléctricoJosé Aymá

De ahí que muchos de esos cambios en los estilos de vida vengan avalados por otras instancias internacionales como la Organización Mundial de la Salud y Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. «Por eso es tan importante que se hable más de los cambios cotidianos y demostrar que estos comportamientos (la movilidad activa, las dietas con menos carne) tienen otros beneficios más allá de las emisiones de GEI, por ejemplo en la salud», señala Céline Guivarch, economista del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Cired). «Todos estos cambios pueden mantenerse si representan una mejora en la vida de las personas«.

CONSUMO LOCAL Y DE TEMPORADA

El informe del IPCC hace hincapié en otro elemento fundamental en el consumo individual que repercute en la reducción de emisiones: la calidad y el origen de la producción de los alimentos. Algunos ingredientes que los europeos compran en los comercios recorren miles de kilómetros, un transporte que pesa en su huella de carbono. De ahí que sea importante que los consumidores se orienten hacia los productos locales y de temporada para reducir esa huella. La Comisión Europea ha desarrollado la estrategia «De la granja a la mesa» como uno de los 11 elementos del Green Deal Europeo, con la que pretende favorecer los canales cortos de alimentación; es decir, aquellos en los que sólo hay un intermediario entre productor y consumidor.

«En España vamos con un cierto retraso en este sentido, pero una de las cosas que parece haber potenciado el confinamiento es el recurso al comercio de proximidad: al estar limitados los desplazamientos, las tiendas de alimentación pequeñas han experimentado un nuevo impulso, así como la concienciación hacia un consumo de productos ecológicos», señala Mar Asunción, responsable del Programa de Cambio Climático de WWF. «De cara al futuro una de las claves en este sentido va a ser la fiscalidad, que debe recompensar las iniciativas más sostenibles. Si en los precios se penalizan los costes ambientales (la contaminación, el transporte, el impacto en la salud, etc), entonces las cadenas cortas y los comercios de proximidad podrán jugar en igualdad de condiciones».

Fuente: El Mundo

https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2024/01/04/65954cdae85ece0e198b45ab.html

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