Esto es el fin. Creíamos que el temporal de hace cuatro años había sido excepcional, pero este ha sido mucho peor. No hay nada que hacer: necesitamos ayuda urgente». Las declaraciones del alcalde de uno de los municipios afectados por los destrozos causados por el temporal Nelson, que como bien señalaba han sido más graves que los del Gloria en 2020, muestran el nivel de desesperación que se vive en los pueblos de la costa catalana. Unos pueblos que viven en buena parte del turismo y que se han vuelto a quedar sin playas ni paseos marítimos a pocas semanas de que arranque la temporada.
La reflexión final del afligido alcalde, eso de que «no hay nada que hacer», pero «necesitamos ayuda urgente«, es un ejemplo de la incertidumbre y las contradicciones a las que se enfrentan los municipios afectados. Porque la cuestión es que, más allá de las certeras predicciones de los científicos que siguen la evolución de la crisis climática, este tipo de desastres, como estamos comprobando año tras año, ha dejado de ser un fenómeno puntual para convertirse en un hecho recurrente, un avance del nuevo escenario climático hacia el que nos conduce el calentamiento global y del que dan buena muestra las imágenes de la costa catalana tras el paso de la última borrasca.
El paso de la borrasca Nelson ha azotado la costa catalana con temporales de suroeste, mucho menos habituales y más violentos que los de levante, ante los que se venían tomando habitualmente medidas de protección y prevención de daños. Como comenta un técnico municipal a este diario, la situación ha abierto un nuevo frente,»el enemigo nos empieza a atacar por todos lados, y nuestra capacidad de reacción se ve desbordada». Las imágenes del estado en que han quedado las playas de Barcelona y las comarcas que se extienden al norte y al sur de la capital catalana, lo dicen todo. Una pérdida de arena sin precedentes ha socavado la línea de playa hasta desentrañar tuberías y cableados, tumbar palmeras y dejar los paseos marítimos en lo alto de barrancos a punto de ceder y derrumbarse al paso de la siguiente borrasca, que podría ser Pierrick, Renata o Sancho.
Ante los graves daños ocasionados por los zarpazos de este último temporal, y antes de que el próximo acabe por afectar a la línea de tren que sube desde Barcelona hacia la Costa Brava siguiendo la línea de costa, los alcaldes han pedido un plan de rescate al Ministerio de Transición Ecológica, del que depende la gestión y conservación de la costa y el medio marino. Pero ¿qué se puede hacer para afrontar de manera eficaz el problema? Porque lo que sí sabemos es que los miles de millones invertidos hasta la fecha para regenerar las playas y reconstruir los paseos marítimos han sido una inversión ruinosa, pues la arena ha vuelto a desaparecer y las olas han vuelto a llevarse lo rehecho.
Playas para hoy…
Sabemos que dragar los fondos para abocar arena a las playas, devastando la rica y valiosa biodiversidad del litoral, es una solución tan ineficaz como insostenible: ecológica y económicamente hablando. Sabemos que convertir la costa en una cuadrícula de espigones para protegerlas de los temporales cambiando el flujo de las corrientes marinas es igual de absurdo y su impacto ambiental resultaría incluso más elevado. Y es que, antes de seguir explorando soluciones al grave problema que amenaza a las costas del mediterráneo y a la actividad turística basada en el sol y playa, es preciso atender a sus verdaderas causas.
El retroceso de la playa deja tuberías al aire en Barcelona. (EFE/Marta Pérez)
Y la raíz del problema está en el lento pero constante aumento del nivel del mar a escala planetaria como consecuencia, principalmente, de dos fenómenos directamente vinculados al calentamiento global: el deshielo de los glaciares y las regiones polares, y la dilatación térmica del agua de los océanos. Unos procesos que, lejos de remitir, van a continuar acelerándose en las próximas décadas debido al constante aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En paralelo, los expertos señalan que el calentamiento global ocasionará cambios drásticos en los estándares de los temporales, que aumentarán su intensidad y reducirán su periodo de recurrencia, provocando un fuerte aumento medio del oleaje en algunas regiones.
Un desastre anunciado
Según los modelos elaborados por los expertos del IPCC y recogidos en su último informe (2022), de no producirse una reducción drástica y rápida de las emisiones de GEI, el nivel del mar podría aumentar, de media, 110 cm antes de final de siglo (escenario RCP8.5). Una cifra que, en el caso del litoral Mediterráneo, podría ser incluso mayor, hasta rondar el metro y medio. Eso significa que nuestras playas podrían retroceder 150 metros. Si a ello añadimos que los temporales van a ser cada vez más potentes y que van a llegar por todos los frentes, la situación todavía resulta más inquietante.
En las próximas semanas, y como no puede ser de otra manera, el Gobierno volverá a aprobar inversiones para la reparación de los daños causados por el último temporal. Unas inversiones que sumarán centenares de millones euros en acciones puntuales —cinco por aquí, siete por allá, 10, 12…— para ayudar a los municipios afectados a recuperar su fachada litoral. Es lo que toca si queremos que vuelvan a generar riqueza con el turismo. Pero lo que insisten en señalar todos los expertos es que, si esas acciones no van acompañadas de unmayor compromiso climático, no lograremos salir de una espiral que todos saben que es tan ineficaz como ruinosa.
Como deja muy claro el último informe del programa de medio ambiente de la ONU sobre adaptación al cambio climático, las inversiones requeridas para reducir las emisiones de GEI son entre 10 y 20 veces menores al coste de los daños que causará seguir avanzando hacia un cambio climático desbocado, en el que el aumento de las emisiones nos conduzca a su vez hacia un aumento de las temperaturas muy superior a los dos grados de límite máximo que recoge el Acuerdo de París. Por ejemplo, está demostrado que una mitigación moderada de dichas emisiones podría evitar el 40% del retroceso de las playas en todo el planeta. Ahí está la clave, todo lo demás serán paños calientes.
Fuente: El Confidencial. José Luis Gallego.