Este verano hubo una foto esperanzadora para la lucha global contra el cambio climático: las dos potencias más contaminantes del mundo, China y Estados Unidos, sentadas al fin en una misma mesa bajo el compromiso de reanudar unas conversaciones sobre el calentamiento global que llevaban paralizadas más de un año por las crecientes tensiones bilaterales. Este acercamiento deberá encauzarse antes de la cumbre COP28, que este año se celebra en noviembre en Emiratos Árabes Unidos.
Fue el enviado climático de EEUU, John Kerry, quien viajó en julio a Pekín para reestablecer un diálogo crucial mientras ambos países luchaban conta fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor inauditas o las peores inundaciones en décadas.
En China, la preocupación por el clima extremo va a la par que llegan buenas noticias sobre los avances en su agenda verde: la nación que más gases de efecto invernadero produce del mundo, podría alcanzar su pico de emisiones en 2024, seis años antes de lo previsto en 2030. Esto es lo que apuntaba hace unos días un informe de Bloomberg.
Otro reporte presentado por Global Energy Monitor (GEM), un grupo de investigación independiente de San Francisco que rastrea la utilidad operativa de parques eólicos y solares a gran escala, aseguraba que el país asiático está listo para duplicar su capacidad y producir 1.200 gigavatios de energía a través de renovables (eólica y solar) para 2025, alcanzando su objetivo cinco años antes de la fecha prevista.
El año pasado, el país asiático, que tiene más paneles solares instalados en proyectos a gran escala que el resto del mundo combinado, representó el 55% del medio billón de dólares que se gastó a nivel global en energía solar y eólica.
«En el primer trimestre de este año, la capacidad solar a escala de servicios públicos de China alcanzó los 228 gigavatios (GW). Además, las granjas solares en construcción podrían sumar otros 379 GW de capacidad prospectiva, el triple que las de EEUU y casi el doble que las de Europa», señalan desde GEM, cuyas investigaciones suelen ser referentes en los informes del Banco Mundial o de la Agencia Internacional de Energía.
Este verano, en la meseta tibetana comenzó a operar la planta de energía hidroeléctrica solar híbrida más grande del mundo, capaz de producir 2.000 millones de kWh de electricidad al año, lo que equivale al consumo de energía de más de 700.000 hogares.
En energía eólica, la segunda potencia mundial continúa avanzando también más que nadie: su capacidad combinada en tierra y en alta mar ahora supera los 310 GW, el doble que hace cinco años y el equivalente a la capacidad que suman los siguientes siete países de la lista. Además, va camino de agregar otros 371 GW antes de 2025, aumentando la flota eólica mundial en casi la mitad.
Pasos muy importantes está dando China para apuntalar su papel como la gran potencia en renovables. En cambio, todavía le está costando mucho cumplir su promesa de desprenderse del carbón, su principal fuente de energía, y mantener el propósito que vendió el presidente Xi Jinping ante la ONU de lograr la neutralidad de carbono para 2060.
El sofocante verano no ha ayudado en la misión: para que no ocurriera lo del año pasado (apagones en ciudades enormes, fábricas que detuvieron la producción para redirigir el suministro de energía a los hogares y embalses de energía hidroeléctrica bajo mínimos) las autoridades aumentaron la producción de carbón. Según recoge Greenpeace en base a documentos oficiales, los gobiernos locales aprobaron más energía de carbón nueva en los primeros tres meses de 2023 que en todo 2021.
UNA APP DE CARBONO
Concretamente, según un nuevo informe de GEM publicado esta semana, durante la primera mitad de 2023 las autoridades dieron luz verde para 52 GW de nueva energía de carbón. «A menos que se suspendan inmediatamente los permisos, China no podrá reducir la capacidad de energía alimentada por carbón durante el decimoquinto plan quinquenal (2026-2030) sin cancelaciones posteriores de proyectos ya autorizados o un retiro anticipado masivo de plantas existentes», reza el informe.
La propaganda estatal ha ido minimizando sus proclamas sobre la necesidad urgente de reducir el carbón mientras apoya que lo prioritario es la seguridad energética: que los hogares no se queden sin aire acondicionado en verano ni sin calefacción en invierno por la falta de la roca sedimentaria de la que depende más de la mitad de su consumo de energía.
Pero mientras Pekín hace malabarismos para cumplir con sus objetivos climáticos, los gobiernos y empresas locales también se han estado moviendo con políticas para reducir las emisiones, pero a nivel individual.
Un ejemplo: el gigante tecnológico Alibaba lanzó el año pasado una aplicación de registro de carbono, llamada Carbon88, que enumera y recompensa a los usuarios de su plataforma de comercio electrónico Taobao por varias acciones que van desde usar el transporte público a comprar artículos de segunda mano. Otra plataforma con el mismo propósito, Tanpuhui, introducida hace cinco años por la administración de Guangdong, en el sur de China, también recompensa con créditos que pueden usarse para descuentos en algunos comercios.
«La rápida urbanización de China y las mejoras en los niveles de vida también han llevado a un rápido aumento de las emisiones per cápita. En 2017, los residentes urbanos generaron 270 millones de toneladas de emisiones directas de dióxido de carbono mediante el uso de electricidad, mientras que los residentes rurales emitieron 289 millones de toneladas», asegura un informe de la organización estadounidense Energy Foundation, que estima que las emisiones directas de carbono de los ciudadanos chinos alcanzarán un máximo de 673 millones de toneladas en 2037, para luego disminuir a 441 millones de toneladas en 2050.
Fuente: El Mundo
https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2023/08/30/64ef6bf0e85ece63518b45ce.html