Un cambio climático cada vez más intenso, los procesos de retroalimentación que aceleran el calentamiento global, la inseguridad alimentaria, los disturbios civiles y las migraciones podrían suponer el colapso de la civilización y ser un potencial final catastrófico como el que ya vivieron las civilizaciones del pasado.
Así lo advierten el investigador del CSIC en el CREAF Josep Peñuelas y la científica de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en el CREAF Sandra Nogué en un artículo que publica la revista ‘National Science Review’, en el que piden reconocer la posibilidad de que los ecosistemas y las sociedades colapsen debido al cambio climático.
Según los dos autores, el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 2°C, como estableció el Acuerdo de París, «ha dirigido los estudios sobre el cambio climático hacia enfoques demasiado conservadores para evitar el alarmismo y una evaluación más compleja y, por lo tanto, más difícil».
Los dos investigadores aseguran que la comunidad científica está cambiando el enfoque hacia evaluaciones del cambio climático más complejas considerando los efectos catastróficos provocados por los efectos dominó o en cascada de diversos eventos consecutivos: incendios, sequías, inundaciones y olas de calor por un lado, guerras, migraciones y un mundo más desigual, por otro.
«Es urgente incluir los bucles de retroalimentación en los modelos climáticos y considerar los posibles puntos de inflexión que podrían resultar en mayores concentraciones de gases de efecto invernadero», ha subrayado Peñuelas.
Según los dos investigadores, los modelos actuales pasan por alto que en un momento dado se podría reducir de forma drástica la capacidad de la naturaleza de capturar carbono o aumentar mucho la superficie quemada, las sequías o el deshielo del permafrost, procesos que podrían liberar inmensas cantidades de metano y CO2.
«Estos bucles de retroalimentación pueden desencadenar cambios bruscos e irreversibles en puntos de temperatura específicos. La interacción del cambio climático con otros factores de estrés antropogénicos, como cambios en el uso de la tierra, pérdida de biodiversidad, contaminación y agotamiento de recursos, complica aún más la situación, lo que podría llevar al planeta hacia una mezcla catastrófica de crisis», ha advertido Peñuelas.
Los dos investigadores del CREAF proponen estudiar los colapsos históricos y las transformaciones de las sociedades humanas provocadas por cambios climáticos anteriores para obtener datos sobre escenarios desfavorables y posibles soluciones.
«El colapso de la civilización maya en América Central, el Imperio Romano, la cultura nórdica de Groenlandia-Islandia y la sociedad de la Isla de Pascua demuestran que los colapsos rara vez tienen una única causa, sino que están influenciados por una combinación de factores de estrés biológicos y socioeconómicos, incluyendo el cambio climático, escasez de recursos y conflictos», ha puesto como ejemplo Nogué.
Otros ejemplos son que en Angkor Wat en Camboya o en Sri Lanka se construyeron embalses para la agricultura y terrazas para mitigar el riesgo de inundaciones, o en Mayapán (Yucatán, México) descubrieron que la dieta de los antiguos mayas incluía plantas autóctonas resistentes a la sequía.
«Esto indica que tenían conocimientos y prácticas culturales que les permitían adaptarse a condiciones climáticas difíciles y asegurar su supervivencia», según Nogué.
Los dos autores recuerdan que los peores escenarios presentados en el informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de 2022 proyectan temperaturas que no se han experimentado en los últimos 50 millones de años, revirtiendo potencialmente millones de años de climas más fríos en solo dos siglos.
«Se prevé que las condiciones climáticas que se asemejan al período del Plioceno (más caluroso y árido) comiencen a partir de 2030, y si no logramos frenar las emisiones de gases de efecto invernadero podrían llevar a climas similares a los del período del Eoceno, casi 10 grados más cálido que ahora, durante las próximas décadas», concluyen los científicos.
Fuente: Heraldo